Sucedió una noche hace ya muchos años… yo tendría 9 o 10 años. Estaba en el salón de mi casa, recuerdo que era Navidad, los canales de televisión estaban repletos de películas antiguas.
Supongo que esto se debe a que la navidad es una época en la que uno recuerda con melancolía momentos del pasado. Las personas son más sensibles en esta época del año, y una película cargada de caballeros y damas de otros tiempos ofreciéndonos momentos inolvidables hacen del lugar, un sitio más hogareño y acogedor.
Si seguimos con mi historia os contaré que esa fue la primera vez que vi y admiré la que se convertiría en mi película favorita “Lo que el viento se llevó”.
La televisaban todos los años, pero los años anteriores era yo demasiado pequeña para ser consciente de ello.
Sin embargo, esa vez fue diferente, me enamoré de aquella película y de aquellos personajes, de la personalidad y el carácter que los envolvía, y de la perfección de los actores al interpretar a sus personajes.
Esa tarde no sólo viajé a la tierra roja de Tara, sino que dejé en mi corazón un gran hueco para el cine antiguo.
Han pasado muchos años desde que se creara Lo que el viento se llevó (1939) , Waterloo Bridge (1940), Sucedió una noche (1934), un tranvía llamado deseo (1951), Cumbres Borrascosas (1939)… se han inventado un sinfín de aparatos y técnicas para mejorar la calidad de las películas, pero el cine antiguo tiene una magia especial que ni toda la tecnología del mundo podría recuperar jamás.
He visto miles de películas de nuestra época y aunque son de mi agrado y disfruto mucho con ellas, ni un Leonardo Dicaprio tiene la mitad de galantería que Clark Gable ni una Scarlett Johanson tiene la dulzura de Marilyn Monroe.
El cine antiguo es de tal delicadeza que derrocha fuerza.
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